DR. ISAAC PORTILLA PELAEZ
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Montañas de Rila (Bulgaria)
Dolor y dicha, deseo y contento, lucha y rendición, son el reflejo de las fuerzas que operan en la existencia y que impulsan al ser humano hacia una mayor comprensión de la misma.

Toda experiencia tiene su utilidad en el contexto de la «totalidad de la vida».

Es necesario que consideremos «el despertar», no como un hecho aislado y alejado de nuestra realidad, sino como una percepción posible e inseparable de la condición humana.

La totalidad de la vida
Por Isaac Portilla

7/2014, Rev. 12/2015
Para alguien que ha despertado, la vida es una totalidad. Para quien «la verdad de la existencia» es algo obvio, indudable y cotidiano, todo aquello que ve ―personas, objetos, paisajes, etc.― existe en un océano de consciencia indivisible. En este océano, aún siendo incoloro e inmutable, cada punto tiene la capacidad de reflejar, a semejanza de un prisma cristalino, las propiedades del mismo espíritu: claridad, luz y dicha. Cualquiera que haya llegado a conocer esta realidad, sabe que su existencia no está aislada y separada del resto, sino que comparte algo, en el nivel más fundamental de la experiencia, con la totalidad de la vida.

Con esta premisa ―la coexistencia de un sustrato común a todo―, la vida discurre entre sus aparentes opuestos. Dolor y dicha, deseo y contento, lucha y rendición, son el reflejo de las fuerzas que operan en la existencia y que impulsan al ser humano hacia una mayor comprensión de la misma. En esta condición, cualquier experiencia, ya sea placentera o ingrata, es asimilada (que no necesariamente analizada) para llegar a un estadio mejor. Así, desde el punto de vista de la consciencia indivisible, toda experiencia tiene su utilidad en el contexto de la «totalidad de la vida», y si percibimos tal totalidad, todo lo que experimentamos tiene un propósito del cual nos damos cuenta, si no inmediatamente, sí eventualmente.

Percibir la existencia como una totalidad es posible. Para ello existen prácticas que ayudan a estabilizar la atención en el sustrato de la vida y a regenerar el cuerpo-mente de acuerdo al mismo. Sin embargo, antes es necesario que nazca en la persona un impulso hacia el reconocimiento de la verdad de su existencia, sin el cual, toda práctica es fútil y su resultado insatisfactorio. El «impulso hacia el reconocimiento de la verdad» es inherente en el ser humano, porque el campo de consciencia indivisible ya existe ―es en lo que el ser humano vive―. Por ello, es necesario que consideremos «el despertar», no como un hecho aislado y alejado de nuestra realidad, sino como una percepción posible e inseparable de la condición humana.
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La vida es una totalidad: partes que forman parte de todos, todos que forman parte de totalidades aún más inclusivas y todo ello ―tanto las aparentes “partes” como los “todos”― existe en un océano de consciencia ―el absoluto ilimitado―, donde nada es excluido, donde todo es y llega a ser. De esta manera, el ser humano forma parte de la totalidad de la vida, pero no como una “parte”, sino como un “todo” que puede tomar consciencia de sí mismo y de su participación en un “todo” mayor. Esto hace que, a través de la condición humana, «la realidad de la vida» pueda tomar consciencia de sí misma de una forma cada vez más completa. Así, el ser humano puede ser consciente de su existencia y también de su evolución, ambas inseparables del sustrato ilimitado, que es Consciencia, Luz y Vida.

© 2014, 2015 Isaac Portilla

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