DR. ISAAC PORTILLA (PELAEZ)
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El Tao es el camino de la armonía y la inmortalidad (del espíritu personal). El Zen es la vía del despertar directo (del espíritu impersonal). El Cristianismo es la vía de la resurrección espiritual del «cuerpo».

La forma de conectar y trabajar con aquello que se llama «espíritu», es distinta en el taoísmo, budismo zen y cristianismo místico contemporáneo.

Nos encontramos ante un patrón evolutivo en el cual estas tres tradiciones ocupan estadios sucesivos de desarrollo.

Tao, Zen y Cristianismo: evolución del trabajo con el cuerpo vital
Por Isaac Portilla

Resumen: En este ensayo se exploran los aspectos comunes entre las prácticas de meditación utilizadas en estas tres vertientes espirituales (taoísmo, budismo zen y cristianismo místico contemporáneo) desde el punto de vista energético en relación con el espíritu. Este análisis se basa en la expresión de estas tradiciones en occidente, estando fundamentado en la experiencia directa de las mismas.
Tao y Zen en occidente

Cuando observamos cómo la medicina china ―fundada en principios y conocimientos taoístas― y la filosofía budista ―especialmente en su vertiente Zen― han sido acogidas e integradas en occidente durante las últimas décadas, surge la pregunta de si todo esto es casual o si hay alguna razón profunda que explique este fenómeno. La proliferación de las escuelas y universidades de medicina china en el mundo occidental y la aplicación de conceptos budistas ―como la atención al momento presente, el desapego, la claridad consciente (o «mindfulness»), etc.― tanto en los campos personales como de los negocios, es la prueba de que Tao y Zen, en sus aplicaciones “externas” (medicina y filosofía), han encontrado su lugar, como aportaciones complementarias, en sociedades fundadas en culturas y principios cristianos. Ahora bien, el hecho de que el taoísmo, el budismo zen y el cristianismo ―en sus vertientes de medicina, filosofía y religión/cultura― encajen y se complementen no es del todo casual si comprendemos cómo están relacionados los «principios espirituales internos» de estas tres tradiciones en un «contexto evolutivo».

Tao, Zen y Cristianismo: principios e interacción

Si consideramos la historia conocida de las tradiciones espirituales (aquella que comprende los últimos milenios), podemos apreciar cómo la intención fundamental de las mismas ―el reconocimiento del espíritu― se ha plasmado en objetivos y prácticas diferentes, de acuerdo, probablemente, a lo que era posible en cada momento histórico del desarrollo humano. Así, la forma de conectar y trabajar con aquello que se llama «espíritu», es distinta en el taoísmo, budismo zen y cristianismo místico contemporáneo, por varios posibles motivos: condiciones históricas, tipos de cuerpo-mente, cultura en la que se han desarrollado, etc. Sin embargo, a pesar de su aparente independencia, si prestamos atención a sus objetivos y sus prácticas, es posible observar que existe un patrón de trabajo entre las mismas que está relacionado de una forma evolutiva. Para entender esto, debemos estudiar cada una de estas tres vertientes dentro de un marco histórico conjunto y ver el efecto que tienen sus prácticas en el cuerpo vital [1] del ser humano al ponerlo en relación con el espíritu. Además, para comprender los objetivos de las prácticas,  tendremos que tener presentes dos de los tres aspectos de la realidad del «espíritu»: el aspecto personal (el espíritu positivo, perfección inherente, etc.) y el aspecto impersonal (el Tao eterno en taoísmo, la Gran Mente o verdadera naturaleza en el budismo zen o el Padre en el cristianismo); dejando el tercer aspecto ―la energía espiritual― fuera de esta exposición. Veamos entonces en qué consiste la esencia de estas tres tradiciones:

El Tao es el camino de la armonía y la inmortalidad (del espíritu personal). De orígenes desconocidos, la tradición oral remonta sus inicios a varios miles de años antes de Cristo en las regiones que ahora se encuentran dentro del territorio de China. La práctica taoísta, tradicionalmente ha sido una disciplina de “adeptos” solitarios, no de masas. Sus practicantes buscaban seguir «el camino del Tao»: fluir con la existencia, cultivar la armonía con la naturaleza y alcanzar la emancipación espiritual. Sus prácticas principales estaban dirigidas a tomar consciencia del cuerpo vital (el campo electromagnético humano) para, tras armonizar, circular y fusionar (o unificar) sus energías, realizar el espíritu personal. El taoísmo no buscaba ni la transcendencia (vertiente más arraigada en la India) ni la integración del espíritu personal en el cuerpo-mente, sino crear las condiciones para la transferencia de la esencia personal al espíritu personal (para su eventual autonomía). De esta manera, cuando las prácticas taoístas se desarrollaron,  no se consideraba posible la integración del espíritu personal en el plano físico y solo se podía aspirar a experimentar la plenitud del espíritu en otro plano de la existencia. Ser “uno con el Tao” no implicaba la pérdida de la individualidad sino la maestría de la individualidad espiritual.

El Zen es la vía del despertar directo (del espíritu impersonal). La «experiencia búdica» nace en la India 500 años antes de Cristo, en un contexto ligado al ascetismo (aunque el budismo posteriormente predicara un ascetismo moderado llamado “el camino medio”), al transcendentalismo y a metodologías espirituales propias de la tradición hinduista (Yoga, Dhyana, etc.). Al llegar a las regiones de China en el primer siglo después de Cristo, el budismo experimenta una redirección profunda pero natural al entrar en contacto con el taoísmo. El Zen (o Chan [2], como es conocido en China) surge, muy posiblemente, como la fusión entre la filosofía y realización búdica original ―la vía del despertar directo con énfasis en realización del espíritu impersonal― y la práctica taoísta ―la vía de la armonía con énfasis en la realización del espíritu personal―. Solo en este contexto se puede explicar que la práctica fundamental del Zen (la meditación zazen) consista en contemplar el espíritu impersonal al mismo tiempo que se mantiene la atención en el hara [3] (centro del cuerpo vital, también conocido como tanden, tan tien o dantien en taoísmo), algo no practicado ni conocido en la India donde nació el budismo y sí en las escuelas taoístas. Así, surgieron los maestros ecuménicos Zen (o maestros «Tao-Zen») que, adoptando una filosofía y despertar predominantemente budista, incluyeron prácticas taoístas de armonización energética en sus rutinas.

El Cristianismo es la vía de la resurrección espiritual del «cuerpo», lo cual implica la convergencia del espíritu personal e impersonal en el plano «físico» (transformado o regenerado espiritualmente). La era cristiana, se inicia con un nuevo concepto: la posibilidad de la revitalización espiritual de todo lo que es el ser humano. De esta forma, el «principio crístico» impulsa las vertientes «personalistas» (como la taoísta) e «impersonalistas» (como la budista e hinduista) hacia su convergencia, pero no en un plano externo o transcendental sino en la misma condición humana, lo cual es únicamente posible a través de la «regeneración espiritual del cuerpo-mente». El cristianismo propone la posibilidad de la incorpación del espíritu personal y la comunión con el espíritu impersonal. Así Jesús reza [4]: «Yo ―el Cristo― en ellos y Tú ―el Padre― en Mí, para que sean perfectos en la unidad». Lo que esto significa en la práctica espiritual, es la posibilidad de: 1) incorpar el espíritu personal, y 2) alinear el cuerpo-mente con el espíritu universal impersonal. Esto es posible a través de la vinculación directa [5] entre el cuerpo vital (el campo electromagnético humano) y el espíritu, lo cual es el objetivo de toda práctica (ya sea meditativa, religiosa o contemplativa) que incorpore el llamado «principio crístico».

Un patrón evolutivo: estadios para la regeneración del cuerpo-mente

Aunque el taoísmo, el budismo zen y el cristianismo han surgido en culturas diferentes, cuando estudiamos el efecto que tienen sus prácticas a través sus «elementos comunes», es posible trazar un mapa evolutivo entre las tres tradiciones. Como hemos visto, los elementos comunes para este estudio son: 1) el cuerpo vital (el campo electromagnético humano); 2) el espíritu personal (el espíritu positivo o perfección inherente); y 3) el espíritu impersonal (de forma aproximada: el Tao eterno en taoísmo, la Gran Mente o verdadera naturaleza en el budismo zen, el Padre en el cristianismo). Cuando observamos el efecto que tienen los principios y las prácticas de cada una de las vertientes en el cuerpo vital del ser humano (y por ende en todo el cuerpo-mente) nos encontramos ante un patrón evolutivo en el cual estas tres tradiciones ocupan estadios sucesivos de desarrollo: 1er estadio) interno-taoísta: activación, circulación y armonización de la energía vital desde la perspectiva interna; 2o estadio) budista-zen: primera vinculación directa entre el centro del cuerpo vital y el espíritu impersonal (tomando como referencia el hara o tan tien); 3er estadio) integral-crístico: vinculación de todo el cuerpo vital con el espíritu impersonal e incorpación del espíritu personal en el plano físico.  Si combinamos todas estas «tecnologías de consciencia» en una sola, obtenemos un patrón de trabajo universal para la regeneración progresiva del cuerpo-mente que incluiría los tres estadios mencionados [ver la tabla].

El «principio búdico» y «el principio crístico» como propulsores de procesos de síntesis evolutiva

El «despertar búdico» implica la realización del «principio búdico»: la vacuidad de la existencia; la claridad de la Gran Mente sin-forma ni concepto; la extinción (nirvana) de la sensación de separación interna. La «realización crística» implica el despliegue del «principio crístico»: el amor-absoluto como el sustrato de la existencia; la regeneración espiritual del cuerpo-mente; el reconocimiento simultáneo de los tres aspectos del espíritu: el espíritu universal, el espíritu personal (la perfección inherente) y la energía espiritual.

Así como en el budismo zen se dice que el «Zen» es universal porque el «principio búdico» es universal, también podemos decir lo mismo con respecto a la universalidad del «principio crístico». Un principio no niega el otro, ambos son realizaciones (experiencias que se pueden consumar en una persona).

Para llegar a la experiencia directa de estos principios, es natural que las prácticas espirituales pasen por procesos evolutivos. Así, de la misma forma que la meditación-zen (o zazen) es la consecuencia de la fusión y síntesis evolutiva [6] entre el «principio búdico» y la energética vital estudiada en la tradición taoísta, la meditación-crística (aquella que utiliza el principio de vinculación directa) es la consecuencia de la fusión y síntesis evolutiva entre el «principio crístico» y dicha energética vital. Así, el conocimiento del cuerpo vital, que fue desarrollado por la tradición taoísta durante milenios, es una herramienta clave para la estabilización del «principio búdico» y para la integración en el cuerpo-mente del «principio crístico» (siendo ambos principios universales).
Nota 1| El cuerpo vital: cuerpo energético o campo electromagnético usado en la acupuntura, chi kung, tai chi, etc.; está compuesto por varios aspectos, similares a un circuito eléctrico: un generador (el tan tien, tanden, hara, etc.), cinco fases energéticas, los canales mentales, los doce meridianos clásicos, los puntos de intensidad (que incluyen los puntos de acupuntura localizados en la superficie del cuerpo), otros canales y puntos accesorios de menor intensidad.

Nota 2| Chan: el origen de la palabra Chan, predecesora de Zen, se suele atribuir a la traducción de palabra sánscrita Dhyana o Dhyan (asociada principalmente a las prácticas de meditación de la India anteriores al budismo). Cuando el budismo llega a China, sus adherentes se presume que utilizaban prácticas de meditación más próximas al Yoga y Dhyan, lo cual cambió progresivamente cuando las prácticas se fueron ajustando cada vez más a las necesidades del «despertar búdico» utilizando elementos taoístas mediante un proceso evolutivo. Actualmente, Chan es la palabra utilizada en China y Zen en Japón.

Nota 3| Hara: también llamado tanden y tan tien o dantien en taoísmo. Es el generador y centro del cuerpo vital. No se debe confundir con un chakra (perteneciente al cuerpo evolutivo) [ver PDF "errores de localización..." al final de este artículo]. Así, el cuerpo vital no es el cuerpo evolutivo formado por nadis (conductos de energía espiritual), cuya función y forma de trabajo o aproximación es diferente. La meditación zazen suele comenzar con el hara como el centro de la atención y respiración. Una vez esta meditación se realiza de forma natural, es posible continuar con la mera contemplación o utilizar los llamados koans (similares a las formas de expresión verbal taoísta encontradas en los escritos de Lao Tzu o Chuan Tzu). Aún así, cuando se produce el despertar de la Gran Mente, se suele continuar prestando atención al hara como referencia para la estabilización de esta percepción. Este centro es muy importante en todas las artes “marciales” clásicas (o budos) que tienen un vínculo especial con el budismo zen.

Nota 4| Evangelio de Juan 17:23.

Nota 5| El principio de vinculación directa consiste en establecer una relación directa entre el cuerpo energético vital y el espíritu, promoviendo su integración en el mismo plano que el cuerpo-mente. Este principio, utilizado en prácticas de meditación interna, es una tecnología de consciencia universal, impulsada por el «principio crístico» (para su propia realización). Este principio está explicado de forma extensa y con ejercicios prácticos en el libro, La consciencia interior. Prácticas de meditación interna para regenerar y armonizar el cuerpo y la mente. Isaac Portilla (2012 Editorial Mirlo).

Nota 6| Origen del Zen: aunque en nuestro caso, el análisis histórico y filosófico no es tan importante (como aquel basado en las prácticas espirituales y su experiencia directa), cabe mencionar que, desde estos dos puntos de vista, hay diversas interpretaciones con respecto al origen y consolidación del Zen: 1) criterio budista-puro (el Zen es budismo sin ninguna influencia de las tradiciones de la India o de China); 2) criterio hinduista-puro (el Zen, como todo el budismo, es una reformulación del Dhyana Yoga de la India); 3) criterio taoísta-puro (el Zen es taoísmo, o una reformulación y simplificación del mismo); 4) criterio universalista (el despertar búdico no pertenece a ninguna tradición, con lo cual es irrelevante plantearse cuestiones históricas y filosóficas); 5) criterio evolutivo (el «despertar búdico» es una expresión del Absoluto no-dual con características particulares ―énfasis en “el vacío”―, que utiliza primero prácticas más próximas a las tradiciones de la India y posteriormente a las tradiciones taoístas, para, mediante un proceso de síntesis evolutiva establecerse con una identidad propia con respecto a: su realización (principio búdico), práctica (zazen, koan) y filosofía (budista).  Desde el punto de vista de la evolución de sus prácticas y la experiencia directa, esta última opción (5) criterio evolutivo) sería la más acertada, además de ser la más reconocida siguiendo criterios históricos y filosóficos.
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© 2014 Isaac Portilla

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